Los jugadores del Real Madrid celebran su triunfo en la semifinal de la Supercopa |
SERGIO VIÑAS/VITORIA/El País. Era el Madrid pero no lo era y eso en un equipo con
un estilo tan definido suele ser un inconveniente. Era el Madrid porque
conservaba la raza de Reyes, el atrevimiento de Rudy o la potencia de Llull.
Pero no lo era porque apenas corría, porque no sacaba réditos del bloqueo
directo y, sobre todo, porque quien suele darle sus mayores momentos de
felicidad, Sergio Rodríguez, apareció en Vitoria convertido en el último de la
rotación. De forma literal, pues no pisó la cancha hasta el inicio del segundo
cuarto. En el reparto de roles de esta temporada, Campazzo ha asumido el del
Chacho y el canario el que correspondía a Draper. Al menos así fue en el debut
oficial, aunque parece difícil que ese equilibrio se alargue en el tiempo. En
ningún momento coincidieron en pista Llull, Rudy y Rodríguez. [Así se lo hemos
contado.]
Y mientras el Madrid simuló no ser el Madrid, el
Valencia se sintió con licencia para soñar. Perasovic ha perdido a Lafayette y
Doellman y mantiene en cocheras a Dubljevic. Aun así, el conjunto taronja
mantiene un estupendo nivel, con los nuevos Harangody y Loncar cerrando la zona
y el joven Vives escoltando a Van Rossom, imperial en el Buesa Arena. El
Valencia completó tres cuartos excelentes, con variedad de recursos y una gran
habilidad para aprovechar los problemas en el rebote del conjunto blanco. El
primer cuarto fue especialmente brillante, con 26 puntos anotados y sólo 19
recibidos. Magisterio de Van Rossom y exhibición de inteligencia de Ribas.
Claro que llegó el momento en el que el Madrid ya
empezó a ser el Madrid. Tuvieron que pasar 30 minutos de juego para que tal
cosa sucediera, pero cuando llegó lo hizo como una riada que arrasa con todo a
su paso. Fue como si Llull, Rudy y Reyes hubieran hecho un pacto de sangre para
sacar a su equipo del entuerto. Primero, pese a la rebeldía de Van Rossom,
logró frenar la capacidad anotadora del Valencia. Posteriormente, el Madrid
buscó la caja de los fuegos artificiales y la detonó de una sola vez. Llull
encadenó tres triples casi consecutivos, Rudy sumó otro y tuvo que abandonar la
fiesta por un golpe en el estómago, mientras que Reyes imponía su jerarquía en
la pintura. Un parcial de 12-4 en muy poco tiempo que dejó al Valencia rendido,
ya sin recursos para sobreponerse a la ventaja blanca. En los últimos cinco
minutos, sólo se apuntó un triple de Loncar y dos tiros libres de Sato.
Llull todavía cerró el encuentro con otro triple
más, el quinto de cinco intentos de su cuenta, el cuarto del parcial final.
Apenas jugó de escolta el balear, casi siempre en la posición de base, robando
minutos a Sergio Rodríguez.
El gran atractivo del partido era asistir al debut
de Ayón con la camiseta del Madrid. El mexicano no tuvo su día. En sus tres
primeros minutos cometió tres personales que le enviaron al banquillo hasta el
último cuarto. A poco que haga en la final de hoy, habrá mejorado.
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