LAURA
PERAITA. La autora de «Padres destronados» asegura que hay hombres que son
considerados por sus propias mujeres como un estorbo en el cuidado de sus
hijos, lo que motiva que se alejen más
María
Calvo, profesora titular en la Universidad Carlos III y autora de «Padres
destronados» (Editorial Toromítico), tiene claro que la figura paterna es
esencial para el correcto desarrollo del niño, aunque lamenta que la sociedad
actual la ha desacreditado.
—¿Por qué está devaluada la función
paterna?
—Está
demostrado que cuando una pareja se separa y va a los juzgados, el 90% de las
custodias se concede a las madres, independientemente de que el padre haya
estado implicado en la labor de cambiar los pañales a su hijo, llevarle al
pediatra; en definitiva, de su cuidado y educación. Hay una creencia
mayoritaria de que los hijos están mejor con las madres porque ellas les
atienden mejor.
—¿Cuáles son las principales diferencias
entre el padre y la madre ante la crianza de un hijo?
—La
presencia de la madre es esencial en su papel de darle cariño, protegerle,
cuidarle, educarle... pero al mismo nivel que el padre. Lo que ocurre es que el
padre y la madre se dirigen a los hijos de manera distinta por su propia
educación, cultura, valores, etc. La mujer es la que, por excelencia, se
encarga de controlar el espacio vital del pequeño, su comida, sus amistades,
que no le falte nada cuando va al colegio... Las madres tendemos a tener una
actitud sustitutiva. Es decir, cuando a un hijo se le cae un tenedor, la madre
se lo recoge, pero el padre no. Cuando un niño llega tarde a la ruta del
colegio por la mañana, la madre le abrocha los botones del polo y le ayuda a
ponerse las zapatillas, aunque el niño tenga diez años. El padre le anima:
«venga, date prisa en abrocharte el abrigo». El hombre, en definitiva, se
decanta por dotarles de mayor autonomía y libertad. De esta forma se fomenta un
equilibrio en el desarrollo del niño. .
—¿Se demuestra que la figura del padre es
imprescindible?
—Sí,
para el correcto desarrollo psíquico del niño. En ausencia, física y psíquica
del padre, la relación madre-hijo funciona como un universo cerrado, una
relación de pareja que se repliega sobre sí misma y perjudica el equilibrio de
ambos. Ante estas circunstancias, el padre no juega su papel de separador que
es el que, precisamente, permite al niño diferenciarse de la madre y se produce
una insana mutua interdependencia madre-hijo. Las mujeres por naturaleza son
más proteccionistas, mientras el padre respeta más la libertad y se encarga de
cortar el cordón umbilical con la madre, lo que beneficia mucho al niño, y
también a la madre a la que la dota de mayor libertad.
—¿Son, en ocasiones, las mujeres muy
celosas de la maternidad y no permiten que el padre se desarrolle como tal?
—Efectivamente.
Hay madres que renuncian a trabajar por la tarde, a ir al gimnasio, quedar un
día con amigas porque piensan que sus maridos no saben cuidar bien de los
hijos. Que no lo harán bien. Sin embargo, sí que saben hacerlo, la cuestión es
que no lo hacen como ellas quieren, sino desde su enfoque masculino, con su
propio estilo paternal. Las mujeres a veces somos demasiado exigentes y este
modelo de madre dominante perjudica al niño porque le desequilibra en su
desarrollo.
Hay
matrimonios en que la mujer exige al padre que se comporte como una «madre
bis». No es lo correcto. Lo que hacen los padres no es que esté mal, es que no
lo hacen a la manera femenina. Nosotras somos las que en ocasiones les ponemos
los límites.
Algunos
padres no son valorados y son criticados y considerados estorbos en la
educación de sus hijos por sus propias mujeres, por lo que finalmente optan por
apartarse y dejar esta competencia en manos de sus mujeres. Sin embargo, la
defensa de la maternidad es también la defensa de la paternidad.
—¿Qué consecuencias tiene esta actitud a
corto y largo plazo para el niño?
—A
corto plazo pueden caer en el abandono escolar y sufrir alteraciones de sueño.
Tienen más probabilidades de ser más agresivos, tener menos autocontrol, ser
menos solidarios y empáticos... También son más proclives a sufrir enfermedades
mentales, a abusar de drogas y alcohol. Sin un padre en el que se vea
representado y le aporte esa otra visión de la realidad y educación, lo más
probable es que de mayores no sepan cómo ser padres porque lo desconocen, y si
lo son tendrán más dificultades en asumir responsabilidades al respecto.
Muchos
de los problemas actuales de niños y adolescentes tienen su origen en una falta
de atención o deficiente implicación de sus progenitores, especialmente de los
padres. Los hijos se frustran.
Estados
Unidos es el país con más madres solas del mundo desarrollado; uno de cada tres
niños crece sin padre. Las investigaciones demuestran la existencia de 24,7
millones de niños norteamericanos en esta situación, un número mayor que el de
los americanos afectados por cáncer, alzheimer y SIDA juntos. En España según
datos de 2012 del Instituto de Política Familiar, uno de cada tres niños nace
fuera del matrimonio. Los hogares sin padre constituyen la tendencia
demográfica más perjudicial de esta generación.


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